Las frutas podridas caen por sí solas
Dios creó a la especie humana dotándola de virtudes especiales para que contribuya a posibilitar el bienestar y la armonía de todo lo creado y, en su infinita sabiduría, otorgó al hombre una inteligencia singular que lo distinga del reino animal.
Lo dotó capacidades para que pueda diferenciar el bien y el mal; del libre albedrío para que sus actos los aplique y los proyecte de la mejor manera; practicando y difundiendo la verdad, la solidaridad, la moral y los principios éticos de la honestidad; ese es el mandato supremo para todos los mortales; pero esta responsabilidad cobra mayor fuerza para los políticos que administran el destino de los pueblos; quienes al asumir funciones juran ante Dios y ante la patria servirla con lealtad para enaltecer su prestigio y dotar de mejores condiciones de vida a sus habitantes.
Desgraciadamente, la pérdida de valores y la decadencia moral en los actuales tiempos ha llegado a tal estado de deterioro que la única obsesión del hombre moderno es el becerro de oro al que hay que llegara cualquier costo sin importarles hacer tablaraza de las leyes el juramento, ni les importa llegar al cometimiento del crimen social o individual para conseguir sus protervos fines.
Cosa semejante es lo que está sucediendo en la política a nivel mundial, pero de manera muy marcada, en los países de nuestro continente, en donde los gobernantes cobijados bajo los membretes revolucionarios del siglo XXI con el eslogan de erradicar la pobreza y redimir a los descamisados lo único que han hecho es acrecentar sus fortunas a manos llenas y profundizar la miseria y la pobreza de las clases más necesitadas a quienes prometieron redimir pero que hoy transitan con rostros demacrados, cual ejércitos desbandados, patentizando los signos de su angustia y desesperación por no encontrar los medios de sustento que requiere su existencia, mientras los que ostentan el poder se convierten en la nueva casta del poder económico producto de los tributos ciudadanos, del peculado, de los sobreprecios en la contratación pública y todo ese turbulento torrente de corrupción que aniquila las economías de las naciones latinoamericanas.
Ventajosamente los pueblos afectados por la corrupción devastadora de esas políticas populistas, les está pasando la factura a los mercaderes del sufrimiento ciudadano. El chavismo que ha empobrecido hasta el extremo a la poderosa economía Venezolana tiene contados días; la Argentina se liberó patrióticamente de los depredadores Kirchner y hoy lucha contra viento y marea para reestructurar su economía; Brasil, país más desarrollado del continente, se debate también en la cloaca de la corrupción y se esfuerza igual que el nuestro por salir de esta hora trágica a la que lo han llevado los ideólogos farsantes a quienes el pueblo les está quitando la máscara del engaño, cumpliéndose aquello de que “no hay mal que dure 100 años ni pueblo que lo resista”. (O).